Por Oscar “Huevo» Sánchez (Colaboración Especial para LBD)
Recuerdo esos años 1978-79 cuando dirigía Bahiense del Norte, el mismo club en el que su papá había jugado y en el que era uno de sus principales dirigentes. Por ese entonces, como ahora, yo era un enfermito del basquetbol como todo nacido en nuestra Bahía Blanca. Él, por entonces, transitaba sus primeros pasos con el balón.
Con dos años de edad le puse algunas sillas para que comience ya hacer zig zag. Obvio que era muy chico, pero lo intentaba. Y mientras eso sucedía en la histórica cocina de su mamá, ella con «dulzura» no dejaba de decirme a cada rato «dejá a ese chico».
Diez años después, en el 1988-1989 ese mismo chico, también bahiense, se inscribió en mis dos campus de diciembre y enero. En ese verano ya había comenzado con competencias internas que hacíamos entre todos los chicos que lo hacían. ¿Y saben qué? Fue el ganador del uno contra uno y tiros libres… (aunque no lo crean, lo tengo filmado).
Al año siguiente, en mis constantes viajes a USA, no dejaba de hacerme acordar que le consiguiera zapatillas o la camiseta de Golden State Warrios (era entonces su equipo preferido en la NBA).
También en esos tiempos, en uno de mis viajes a las universidades americanas, traje las lentes especiales que no dejaban ver el balón. Él, como sus compañeros de división, convivía con eso. Fueron furor en esa época.
Cuando creció un poco más, llegó el día en que hubo que tomar la decisión de dejar Bahía e ir a jugar liga en un club lejano. Como lo habían hecho en su momento sus hermanos, él también quería su oportunidad. Difícil todo, y más aun con una madre que se resistía a la partida del más chico de la familia, el único que le quedaba en la casa.
Estaba bastante negativa ante la eventual partida. Entre otras cosas se caía la carrera de contador público que ya habían proyectado. Se resistió todo lo que pudo pero, ante la insistencia de él y, claro, de la mía, finalmente debió ceder y hasta lo acompañó hasta la lejana La Rioja.
Cómo olvidarme de aquellas palabras de mamá Raquel, “mi amiga del alma”, cuando con solo 18 años lo dejó a mi cargo en esa provincia: «esto no te lo voy a perdonar más…», me dijo entonces. ¿No es cierto que ya me perdonaste, je.
Cómo olvidar el día que tuve que ir a hablar con la directora del colegio de La Rioja y me dejaron pegados con Gaby Riofrio y Pancho Jasen una vez más… en no asistir a ese trabajo practico que debían realizar.
Tengo grabada en mi memoria y lo recuerdo como si fuera hoy, su debut en la Liga Nacional. Y, como hace ahora, tomó decisiones increíbles. Fue con Andino de La Rioja ante Peñarol, en Mar del Plata. Tenía solo 18 años.
Cómo olvidar el día que intentó manejar un Regata azul y casi me pisa o cuando en La Rioja me quedaba sin agua mientras me estaba duchando y para sacarme el jabón él lo hacía usando un sifón.
Recuerdo cuando lo visite en Bologna y como unos chiquilines nos sacamos una foto entre 70 pares de zapatilla Nike, todo eso mientras, como un adulto, él hacia desastres atléticos en cada juego.
Tengo muy presente su primer año en San Antonio donde pasábamos a buscar las donas para Tim Duncan y Kevin Willys para llevárselas al vestuario tal cómo debía hacer un debutante que se preciara de tal.
Recuerdo en ese 2002, que dudaba si lo cortarían o no. Su juego no mermaba pero el seguía arriesgando pases y tiros. Pero, claro, en ese momento sin chapa ni crédito.
Cómo no querer tener presente siempre el 2005, en Detroit, donde brilló en su máxima expresión.
Entonces tenía pelo y juego… Y también cuándo en la fiesta de los campeones le dije. «¿te das cuenta de todo esto que te está pasando? Sos campeón de NBA por segunda vez».
También tengo mucho más presente su respuesta: «Hue, quiero tener una mano completa de anillos” (que yo sepa tiene 5 dedos). Ahora solo le falta uno… Humm Dios!
Recuerdo en el 2007 cuando fuimos Cleveland y salió campeón otra vez, en esa oportunidad contra un «inexperto» Lebron James, con una barrida increíble.
Luego en el 2008, en los play off con lo Lakers, donde lo doblaban y estaba loco, porque su tobillo una vez más le jugaba una mala pasada.
Tengo imágenes y más imágenes; conductas y conductas de un jugador atípico para nuestra raza, que teniendo el físico de un Jordan Blanco en dominio de su cuerpo, de poseer la formación como si hubiera sido de Harvard, y culminando con una personalidad dura como la del gran base bahiense nuestro querido “Beto” Cabrera.
Aun faltando poco tiempo para su retiro, nadie comprende esto. Para a uno como entrenador se le hace difícil encontrar el error. Quizás su ímpetu de ganar, lo lleva a no controlar sus faltas personales aun cuando esta espléndido en el juego.
Debería tener que escribir un buen final para rematar tantas anécdotas y recuerdos. Pero prefiero resaltar que antes de nacer ya tenía unos padres NBA, para luego transformarse sin dudas en el mejor deportista de la historia argentina.