Debut con sabor amargo

Por Martín Tinka Velasco (Corresponsal LBD en Córdoba)

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En su primera presentación del Mundial, Argentina no logró romper el cerrojo de Islandia y empató 1-1. Careció de ideas, fue previsible y volvió a evidenciar una excesiva dependencia de Lionel Messi. Pese a eso tuvo las más claras y mereció ganarlo. Agüero y Finnbogason hicieron los goles.

No es fácil debutar en una Copa del Mundo, hay ejemplos de sobra que marcan la veracidad de esta afirmación. La selección lo sintió y pese a dominar en gran parte del juego cayó en viejas ideas y apostó como tantas otras veces a la lucidez de Messi como único factor ofensivo.

El 10 fue protagonista y tomó el mando del partido, alternando buenas y malas decisiones. Buscó asistir a sus compañeros y de sus pies nacieron las mejores acciones argentinas. No encontró los socios ideales en Biglia y Meza, cada uno en su función, para que sus participaciones sean más incisivas y cerca del área rival. Se las ingenió para generar, sobre todo con el desequilibrio en el uno contra uno, remates que pasaron muy cerca y habilitar en ocasiones a los volantes externos, que carecieron de finalización y cambio de ritmo en los metros finales.

El único gol Albiceleste llegó a través de Sergio Agüero, quien controló de gran manera un remate de Rojo, giró y definió de zurda para marcar el 1-0 parcial. Como suele suceder, aunque no debería ocurrir en un equipo con esta jerarquía, Argentina se relajó con el tanto a favor y entregó al rival unos pocos minutos tras la conquista, que resultaron siendo letales en el resultado final. Así fue que luego de dos aproximaciones con peligro, Islandia aprovechó la pasividad defensiva, encontró el empate y volvió a aferrarse a su idea de base, sostener su valla y, en caso de ser posible, aprovechar alguna contra o pelota parada.

Tras el golpe recibido, la Selección volvió a tomar el control del partido pero haciendo cada vez más evidente su previsibilidad. Un equipo lento, con tomas de decisiones equivocadas, que se encargó de llevar a la práctica el juego de posesión propuesto por el entrenador pero careció de profundidad, conduciendo con el correr de los minutos todos sus caminos a los pies de Messi. Una muestra clara del déficit en la elaboración argentina es ver  al 10 deambulando en el círculo central y no a partir de ¾ de cancha, donde su gambeta, aceleración y pase en profundidad pueden ser letales. Eso sucedió en Moscú y no hay que buscar mucho para darse cuenta.

Desde lo estratégico costó entender, al menos desde el lugar de espectador, la presencia de Biglia y Mascherano conformando el doble volante central, sobre todo teniendo en cuenta las características de uno y otro plantel, y la idea que desarrollaron. Quién mejor desempeñó la función fue el ex Barcelona, pero su esfuerzo y entrega no fueron de la mano con el manejo de balón que tuvo. Biglia, por su parte, pasó desapercibido y sus participaciones fueron con pelotas lejos de la zona de gestación. Muy poco de alguien en el cual se busca funcionalidad y combinaciones ofensivas.

En el complemento Argentina mejoró y encontró la chance más clara para ponerse arriba en el marcador, pero Messi demostró que también puede fallar y su penal terminó siendo atajado por el 1 islandés.

El ingreso de Pavón fue un alivio para el equipo, generando el tan necesitado desborde y finalización. Picante desde la izquierda, el extremo de Boca intentó e intentó en los pocos minutos que tuvo en cancha, sembrando un claro interrogante para Sampaoli de cara al próximo partido. A su vez, Banega fue más de lo mismo en el medio (Lo Celso o Enzo Pérez hubiesen sido soluciones) mientras que Higuaín tuvo algunas pocas apariciones con el partido ya casi sentenciado.

Quedará mucho por analizar durante estos días previos al segundo choque del grupo, frente al rival con mayor jerarquía que tendrá Argentina en la fase clasificatoria, pero seguramente el plantel estará tranquilo sabiendo que hizo méritos para sumar de a tres pese a no haber tenido su mejor funcionamiento.

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