Por Matías Pouso (Corresponsal LBD en CABA)
El español volvió a dar una clase magistral de tenis para vencer al sudafricano Kevin Anderson por 6-3, 6-3 y 6-4 y levantar su tercer US Open y decimosexto Grand Slam. El número 1 del mundo dio muestras claras de que llegó a la cima para quedarse.
Dos de Roger, dos de Rafa. Los viejitos piolas coparon el escenario en los torneos grandes del 2017.
Federer abrió la cuenta allá por enero en Australia, Nadal hizo lo suyo por décima vez en Roland Garros, el suizo sumó un Wimbledon más a su haber y por último el español conquistó su tercer US Open para quedar empatados en dos la temporada de Grand Slams.
Cuatro años pasaron desde que Rafa se desplomó en el Arthur Ashe para celebrar su segundo título neoyorquino.
Descensos en el ranking, lesiones que lo alejarían varios meses del circuito, idas y vueltas con el tío Toni, mucho pasó.. Pero el matador de Manacor volvió a demostrar en esta edición del Abierto de los Estados Unidos que está más vigente que nunca.
En estos quince días en La Gran Manzana, Rafa logró imponer una superioridad que nunca había logrado demostrar sobre canchas rápidas.
La prueba más dura fue frente a Del Potro, en semifinales, esa fue la final anticipada.
El partido definitivo oficial ante Kevin Anderson duró lo que tardó el número 1 en desperezarse y sacarse la presión lógica de un partido de esta envergadura.
Desde el minuto cero, Rafa controló el trámite del encuentro y tuvo las oportunidades más claras de quebrar el saque del sudafricano para adelantarse en el marcador.
Con el paso de los minutos, Anderson se iba dando cada vez más cuenta que en ningún momento tuvo chances si quiera de pelear un set.
El gigante no pudo hacer pesar su potente servicio ya que el ibérico se volvió muy fuerte con su devolución.
Pero el mallorquín no solo vivía de su devolución, su servicio entraba cada vez más peligroso en el rectángulo de saque y con mucha regularidad.
No concedió ni siquiera un deuce (40-40) en los primeros juegos y tan solo cedió cuatro puntos en todo el primer set.
En el séptimo juego, con el marcador igualado en tres, una doble falta del sudafricano terminó por dilapidar ese parcial. Nadal conservaría esa ventaja para quedarse con el set.
Poco a poco, Nadal descifró el código del servicio de su rival, plantado siempre tres metros por detrás de la pista, haciéndose fuerte tanto en la devolución como en su saque.
Golpeando más profundo y lastimando cada vez más a un Anderson resignado. El segundo set fue aún más sencillo que el primero. Un solo break le alcanzó para terminar cerrándolo 6-3.
El tercero fue el más difícil para Nadal, no por la oposición del otro lado de la red, sino por la presión de tener que cerrar un partido que no se le podía escapar.
Haciendo caso omiso a cualquier factor adverso, logró bien temprano el break que le abriría las puertas del olimpo. Todos sus golpes le funcionaron a la perfección.
Sus piernas y su capacidad de reacción le permitían llegar a pelotas imposibles, tal como es su marca registrada. Con el marcador a favor, los games restantes fueron solo un trámite hasta sellar el 6-4 definitivo.
Este triunfo le permite a Nadal gozar de la cima del ranking por tiempo indefinido y no depender de nadie para conservar el número 1.
En Australia cayó ante Federer, en Roland Garros nadie pudo hacerle sombra, Wimbledon volvió a ser el patio trasero del suizo y en Nueva York, Nadal demostró porque ha vuelto a ser el mejor del mundo sin discusión.
Con este US Open termina una temporada de Grand Slams para recordar por siempre.
Los dos más grandes de los últimos 20 años han demostrado que ningún jugador en racha puede compararse con ellos, porque buenos tenistas hay muchos, pero las leyendas se cuentan con los dedos de una mano.