Gracias por todo «Su Majestad»

Por Matías Pouso (Tenis Internacional para LBD)

En 1968 salía a la venta el tan recordado “Álbum Blanco” de los míticos Beatles, un disco con canciones que se convertirían en grandes clásicos de la música mundial. Entre sus temas, se encontraba “While My Guitar Gently Weeps”, compuesto por la brillante mente de George Harrison.

Para interpretar esa maravillosa oda a la melancolía, el beatle silencioso se alió a otro gigante de la música llamado Eric Clapton; del mismo modo que Roger Federer unió fuerzas con Rafael Nadal el pasado viernes, para el que fue su último partido como tenista profesional.

En el marco de la edición 2022 de la Laver Cup, el encuentro de dobles disputado junto a su amigo y eterno rival, marcó el fin de una carrera plagada de triunfos, campeonatos, récords y un legado que quedará plasmado en la memoria de los amantes de este y de todos los deportes.

Hoy el mundo entero se conmueve ante la imagen de un Federer más humano que nunca, desconsolado por el cierre de una etapa, pero al mismo tiempo feliz por los logros obtenidos tanto dentro como fuera de los courts.

Y en este último aspecto es donde se diferenció Roger a lo largo de sus más de 20 años de carrera. Fue, es y será el embajador y modelo de lo que un atleta de elite debiera ser, trasmitiendo valores de humildad y esfuerzo constante, destacando la importancia que el deporte tiene dentro de una sociedad.

La última imagen que nos regalaron el suizo y el español luego del match fue emocionante, unidos por un apretón de manos y envueltos en un llanto que tiene mucho de dolor, pero mucho más tiene de afecto y admiración mutua.

Ese vínculo tan elocuente dimensiona el ejemplo de vida de ambos: Federer y Nadal, los ejemplos de elegancia, de competitividad, de discreción, de inteligencia, de sacrificio, de profesionalidad y de grandeza.

Resumir los 24 años de carrera en meras estadísticas sería un acto frívolo que le quitaría el valor real que la huella de «Su Majestad» caló en la historia del tenis profesional.

Ni los 103 títulos levantados, ni los 20 Grand Slams ganados, ni las 310 semanas en la cima del ranking alcanzan para describir la marca imborrable que dejó el paso de Roger Federer por los libros del deporte blanco.

Se despidió un ídolo y un referente para más de una generación de entusiastas. Ya no será lo mismo trasnochar para ver los encuentros del Abierto de Australia, sabiendo que él no estará ahí soportando las altísimas temperaturas sin evidenciar ni una gota de sudor. 

Tampoco tendremos esa ansiedad por esperar a que llegue el mítico torneo de Wimbledon, pensando en que el máximo ganador de la competición ya no volverá a pisar el tradicional césped londinense. 

Ya no nos deleitaremos con esas largas giras por el cemento norteamericano, de las que El Gran Roger siempre volvía con el bolso lleno de trofeos.

Y, por último, no volveremos a tener el enorme privilegio de ver al «Maestro» de maestros coronarse en el torneo que despide el año y que reúne a los mejores tenistas de cada temporada.

Hace más de cinco décadas la guitarra de Harrison lloraba por un amor que se encontraba dormido, hoy las que lloran son todas las raquetas del planeta, que extrañarán esa derecha inigualable que tanta magia nos regaló en cada court, sin importar la superficie ni la categoría del torneo. 

No hay ni habrá nadie, pero NADIE, más grande que Roger Federer. Gracias por todo Su Majestad.

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