Por Matías Pouso (Corresponsal LBD en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires)
El escocés Andy Murray entró a la historia grande del tenis luego de coronarse campeón del torneo más tradicional el mundo. En la final disputada este domingo venció a Novak Djokovic por 6-4, 7-5 y 6-4.
Tardó en llegar, pero finalmente hubo recompensa para el nuevo hijo pródigo del tenis británico. Andy Murray rompió el maleficio de 77 años sin títulos para los locales en el Grand Slam más antiguo del tenis; también quebró la racha de diez años sin campeones nativos en los torneos grandes, el último había sido Andy Roddick en el US Open 2003.
En un duelo de presiones externas, Novak Djokovic se postulaba como gran favorito no solo por ser el número 1 del ranking, sino también por haber llegado demostrando un nivel superlativo en sus presentaciones previas. La semifinal contra Juan Martín Del Potro fue una clara muestra de temperamento y talento, propios de un gran campeón; sin embargo, el dulce sabor de la victoria a la larga se volvería amargo por el inmenso desgaste que esta le demandó al serbio.
Del otro lado de la red se encontraba el máximo crédito local del nuevo milenio, aquel que con su talento hacía ilusionar a todo un pueblo acéfalo de ídolos desde que Tim Henman colgó la raqueta. Andy Murray llegaba con el gran objetivo de mejorar su actuación de 2012, donde había caído en el partido definitivo contra Roger Federer. Andy tenía sed de revancha y de gloria, tal es así que no le bastó con vengarse del suizo en los Juegos Olímpicos arrebatándole la medalla de oro, él quería tener en sus manos el trofeo dorado de Wimbledon que Fred Perry levantó en 1934.
El nacido en Glasgow mostró desde la primera pelota de la final la convicción necesaria para ser campeón en la Catedral, convicción que solo había demostrado el año pasado cuando ganó su primer Grand Slam. Apenas un quiebre más que su contrincante le alcanzó para adueñarse del primer set en 59’ de juego y alimentar la ilusión de un público enardecido que alentó a su ídolo de principio a fin. El serbio cometió 17 errores no forzados, tan solo ganó el 54% de los puntos jugados con su primer saque y el 40% con el segundo.
En el inicio del segundo parcial, el número 1 del mundo recuperó la iniciativa y se adelantó 4-1 en el marcador. Pero Murray seguía convencido de que no iba a dejar pasar esta gran oportunidad y ganó tres games al hilo para igualar la manga. Luego de una pequeña recuperación de Nole, Andy volvió a quebrar y con su servicio estiró la ventaja y ponerse a un set de la hazaña.
Los números fueron contundentes: Djokovic cometió 29 errores no forzados, contra solo 11 de Murray; además el escocés conectó 28 winners y el serbio tan solo 17.
El tercero, que resultó el definitivo, tuvo cambios de mando constantes. Murray comenzó quebrando y conservando su saque; luego Djokovic se recuperó y llegó a ponerse 4-2 arriba. De ahí en más, todo fue para el campeón, salvo en un pequeño lapso de incertidumbre cuando contó con tres puntos para campeonato que el serbio logró levantar; pero el cuarto fue el vencido y el de la gloria eterna. Cuando el revés de Nole quedó en la red, el punto y el campeonato fueron para Andy.
Soltó su raqueta, tiró su gorra, saludó a su rival, y luego descargó todo lo que tenía contenido. Largó un escaso llanto, esbozó una tímida sonrisa y manifestó una tibia alegría típica de un caballero inglés, o escocés en su caso. Las quince mil personas que colmaban el Court Central coreaban su nombre y batían sus palmas vitoreando al nuevo gran héroe británico.
Su nombre ya está escrito entre los grandes campeones, un nuevo objetivo en su carrera está cumplido. Con esta gran piedra fuera de su camino, Murray seguramente trazará nuevas metas para ser finalmente reconocido como uno de los mejores jugadores de la historia. El camino es largo, muchos son los obstáculos, pero el talento y la garra de este nuevo Andy Murray no conocen de imposibles.