El pasado domingo Francesco Totti cerró su enorme carrera de futbolista profesional. Con 40 años y 25 en su único club “La Roma”, dejó las canchas transformándose en una leyenda viviente. Campeón del mundo con su país, cinco títulos en tierra italiana y 22 premios individuales. Pero lo más importante de todo deja un mensaje de amor y pertenencia a su club que lo agiganta como persona. Un fuera de serie.
Todo comenzó, como siempre en el barrio, el equipo fue el “Fortitudo”. En el año 1986 ingresó al conjunto amateur A. S. Lodigiani. Sus padres, Enzo y Fiorella, descartaron una propuesta del A. C. Milan para alistarse desde 1989 a las filas de las inferiores de la Roma. A los 16 años debutó en la Serie A, el 28 de marzo del 93, ante el Brescia Calcio con victoria romana por 2 a 0.
A partir de allí a base de trabajo y talento construyó una épica carrera que podríamos enumerar en detalle. Il Capitano, Bimbo de Oro, Er Pupone, El Gladiador o El Emperador son todos los motes que se ganó por parte de los tifosis romanos quienes lo aman incondicionalmente.
Creemos que la vida se trata de permanentes gestos y convicciones. Francesco las tuvo claramente. Pudo jugar en cualquiera de los grandes de Europa o cerrar su carrera en las incipientes Ligas de menor nivel que entregan contratos millonarios. Pero siempre dijo no.
Este domingo en el “Olímpico” se despidió como lo que es…un grande. Besó y abrazó a sus tres hijos, Cristian, Chanel e Isabel al igual que a su mujer Ilary. Se apoyó en los carteles de publicidad y con los ojos llenos de lágrimas miró a SU estadio colmado que lo aclamaba por última vez como jugador.
En el superprofesional fútbol actual de millones de dólares, representantes, triangulaciones y sociedades anónimas Totti les deja un sólido mensaje a las nuevas generaciones. Amor, pertenencia, compromiso, lealtad, de eso se trata.
La carta a los hinchas
«Hace 27 años se escuchó un golpe en la puerta de nuestro departamento en Roma. Mi madre, Fiorella, fue a responder. Quienes estaban al otro lado definirían mi carrera en el fútbol.
Cuando ella abrió la puerta, un grupo de caballeros se presentó como directores de fútbol. Pero no eran de Roma. Se vestían de rojo y negro. Eran del AC Milan y querían que jugara para su equipo a cualquier coste.
Mi madre levantó sus manos, ¿qué creen que les dijo a esos señores? Bueno, no era mi decisión, por supuesto. Mi madre era la jefa. Aún es la jefa. Y digamos que estaba bien unida a sus hijos, como cualquier madre italiana, un poco sobreprotectora.
Ella no quería que me fuera de casa, por miedo a que algo pasara. «No, no», le dijo a los directores. Es todo lo que tenía para decir: «Lo siento, no, no». Eso fue el fin. Mi primera transferencia, impedida por mi ‘jefa’.
Era duro decir que no al AC Milan. Hubiera significado mucho dinero para nuestra familia. Pero mi madre me enseñó una lección ese día: Tu casa es lo más importante en la vida.
Cuando eres un niño en Roma, hay solo dos opciones: o eres rojo o azul. AS Roma o Lazio. En nuestra familia, solo había una posibilidad. Desafortunadamente no conocí a mi abuelo, porque murió cuando era pequeño, pero me dejó un gran regalo.
Por suerte, mi abuelo Gianluca era un fanático de la Roma y le pasó ese amor a mi padre, quien nos lo entregó a mi hermano y a mí. Nuestro amor por Roma fue algo que llevamos siempre.
Roma era más que un club de fútbol. Era parte de nuestra familia, nuestra sangre, nuestras almas. No conseguimos ver muchos partidos en televisión porque, incluso en Roma, no los daban siempre en los ’80.
Pero cuando tuve siete años, mi padre consiguió boletos y finalmente pude ver a la Loba en el Estadio Olímpico. Puedo cerrar mis ojos y recordar la sensación. Los colores, los cantos, las bombas de humo. Me sentía un niño tan completo solo por estar en el estadio alrededor de otros hinchas de la Roma que iluminaron algo en mí. No sé cómo describir la experiencia. Bellísimo.
Unas semanas después, después de que acudiera un ojeador a uno de mis partidos, la Roma hizo una oferta. Iba a vestir la giallorrosa. Mamma lo sabía. Ayudó a mi carrera de muchas formas. Síu, era protectora -¡lo sigue siendo!-, pero hacía muchos sacrificios para asegurarse de que yo estuviera en el campo todos los días.
Sé que aquellos primeros años fueron muy duros para ella. Era mi madre la que me llevaba a los entrenamientos. Fuera de los campos, esperaba por mí. Dos, tres, a veces cuatro horas mientras entrenaba. Lloviera, hiciera frío…daba igual. Ella esperaba para que yo pudiera cumplir mi sueño.
No supe que realizaría mi debut en el Estadio Olímpico por Roma hasta 90 minutos antes del partido. Me senté en el bus que me llevó a la cancha y mi emoción creció. Cualquier paz que tuve en la noche previa se había ido. Los hinchas de la Roma son distintos de todos.
Hay mucha expectación cuando usas la camiseta de la Roma. Tienes que probar que lo vales, y no hay mucho espacio para que cometas errores. Cuando caminé a la cancha para mi primer partido, estaba sobresaturado de orgullo por jugar por mi casa. Por mi abuelo, por mi familia. Por 25 años la presión -el privilegio- nunca ha cambiado.
Por supuesto he tenido errores. Incluso hubo un momento hace 12 años, cuando pensé dejar la Roma para llegar a Real Madrid. Cuando un equipo exitoso, el más fuerte del mundo, te pide que te unas, empiezas a pensar sobre la vida.
Tuve charlas con el presidente de la Roma y eso marcó la diferencia. Pero al final, la charla que tuve con mi familia me recordó sobre qué se trata la vida.
El hogar lo es todo. Por 39 años, Roma ha sido mi hogar. Por 25 años como futbolista, Roma ha sido mi hogar. Ya sea ganando el Scudetto o jugando la Champions League, espero que haya representado y alzado los colores de la Roma tan alto como pude. Espero haberlos hecho orgullosos. La gente me pregunta, ¿por qué pasar toda mi vida en la Roma?
Roma es mi familia, mis amigos, la gente que amo. Roma es el mar, las montañas, los monumentos. Roma, por supuesto, son los romanos. Roma es el amarillo y el rojo. Roma, para mí, es el mundo. Este club, esta ciudad, han sido mi vida. Siempre».
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